Vamos a contar verdades...


En pleno siglo XXI, la mujer sigue batallando por sus derechos más fundamentales mientras concilia, como buenamente puede, vida familiar y profesional, salvando todas las desigualdades perdurables con la obligación, en demasiadas ocasiones autoimpuesta equívocamente, de hacerlo sin despeinarse.
 
  Desigualdades que no siempre son flagrantes como la brecha salarial o la ocupación de cargos de responsabilidad, sino otras tan aparentemente nimias como el trato de la mujer por parte de los medios de comunicación actuales, u otras tan socialmente aceptadas que apenas son percibidas, como la distribución del tiempo o las carencias de los sistemas de salud para con las mujeres, a pesar de la importante contribución que ellas hacen como principales cuidadoras de la familia.

  Así, aunque las mujeres tienen una mayor esperanza de vida que los hombres, por ventajas biológicas y conductuales, siguen existiendo factores sanitarios y sociales que, combinados, se traducen en una calidad de vida inferior.

Desde la Organización Mundial de la Salud se afirma que cambiar la salud de la mujer es cambiar el mundo. Desde algo tan básico como la alimentación, pongámonos a ello.

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